Miro el reloj antiguo que
cuelga de la pared una vez más antes de irme, 17:59, perfecto para salir del
turno que termina a las 18:00. Tomo el maletín con los documentos que he de
llevar a casa hoy y me dispongo a ir a la salida. Llegando allí veo que no se
encuentra el enano que ejerce función de botones o como sea que le digan a ese
oficio, bufo, “le pagan por hacer un trabajo de mierda” pienso y apoyo contra
el suelo y dentro de mis piernas el maletín, tomo mi abrigo y luego de tenerlo puesto,
agarro mi sombrero y me dispongo a salir de la oficina.
Antes
de salir, ojeo una vez más mi escritorio, chequeando de que hoy no se me haya
olvidado algo que deba de llevar a casa; mi escritorio bien ordenado, veo
algunos libros, usualmente suelo llevar alguno para mi hijo mayor quien, al
igual que su padre, se encuentra en este mundo de la diplomacia; al mirar no me
parece ver ningún título que él pueda necesitar o que me haya pedido, veo algunos
libros sobre leyes, otros de entretenimiento personal, y por último el libro
con jeroglíficos regalo de los trabajadores de la embajada egipcia cuando vinieron
de visita a la oficina el año pasado.
Cierro
la puerta de la oficina detrás de mí, miro el ambiente a mi alrededor y empiezo
la caminata hacia mi hogar que, afortunadamente, no se encuentra muy lejos de
ahí. Durante el comienzo de mi trayecto pienso en lo solitaria que se ve la
calle esa noche y me sorprende, esta parte de la ciudad no suele ser un lugar
solitario, se encuentra llena de oficinas gubernamentales, y usualmente a esta
hora, suele ser la salida de la mayoría de los trabajadores. Quizás, ¿se me pasó
la hora de salida y no lo noté?, pero el reloj decía 18:00 cuando salí – la verdad,
me siento un poco confundido – Podrá ser que ¿el enano inútil de la oficina olvidó
restablecer el reloj luego del último cambio horario?
Me encuentro tan
ensimismado en mis pensamientos, que no noté que un perro negro comenzó a
caminar a mi lado, cuando lo observo me sorprende lo grande que es, sino fuera
porque nos encontramos en plena ciudad, pensaría que es un lobo del bosque o
algo así. El pensamiento me hace reír, es absurdo pensar en encontrar un lobo en
el centro de Londres y más a esta hora, cualquiera que sea.
Mientras voy caminando, un
recuerdo viene a mí, sorprendentemente uno de mi infancia: mi padre y yo nos encontrábamos
en el patio de nuestro hogar, jugábamos y el pequeño niño que alguna vez fui, reía
mientras que, en mi triciclo, trataba de huir de las garras de mi padre, que
sabía buscarían hacerme cosquillas si lograban atraparme. Volteo a la puerta y
ahí veo a mi madre, su hermoso cabello ceniza recogido en un peinado casi perfecto,
su vestido azul con lunares blanco que hacia que sus ojos resaltaran veía la
escena mientras reía.
- ¡Mamá!, ¡ayúdame! – gritaba el pequeño yo de 6 años aproximadamente, mientras reía
- Tu ayuda
ha llegado pequeño – respondió ella mientras reía dulcemente – Henry, es hora
de comer, también trae al niño – Ya había dejado de pedalear mi triciclo, por
lo que mi padre me tomo por detrás y me alzó entre sus brazos.
Sonreí
con nostalgia, me parecía extraño que ese recuerdo viniera de la nada, pero entonces,
otro recuerdo llegó a mí; el nacimiento de mi primer hijo, honestamente, solo
recordaba cuando lo vi y lo tuve entre en mis brazos por primera vez, probablemente
después de admirarlo unos minutos, salí de la clínica a seguir con mi trabajo; Hoy
en día aquel pequeñín se encontraba a punto de convertirse en un gran diplomático
como su padre, definitivamente, creo poder decir que ese niño, ya no tan niño,
es mi orgullo. Tengo otros hijos, 4 en total. 3 de ellos varones y una niña.
Luego
del nacimiento de mi primer hijo, no recuerdo el de los otros varones,
probablemente los conocí cuando llegaron con su madre a la casa, pero en mi
defensa, el trabajo es mi prioridad y los recién nacidos suelen ser todos
iguales, por qué habría de sentirme culpable por ello; debido a eso es que a
ellos les espera un gran futuro, graduándose de las mejores universidades del
país y logrando grandes cosas debido a los contactos que he logrado hacer con
los años.
El único
que si recuerdo es el de mi niña, apenas la vi supe que no quería que nadie la hiriera
jamás, y me he encargado de que eso sea así. Ella solo merece lo mejor y es eso
lo que he buscado darle durante todos estos años. Así, logré lo que es ahora,
mujer de un político de renombre, exactamente la vida que ella merece.
Llevo
un rato caminando, y no sé si debido a tantos pensamientos me he perdido, miro
alrededor y me parece que estoy en el camino correcto para llegar a mi hogar,
pero creo que han pasado unos 20 minutos desde que deje la oficina; usualmente,
el trayecto a casa dura 5 minutos, 10 si como hoy, me encuentro pensando en
otras cosas. Al mirar una vez más a mi alrededor, noto que el perro que decidió
seguirme después de la oficina sigue ahí, ¿Habré olvidado tomar mi almuerzo y
es el olor que lo atrae? Alzo mi maletín para revisar de si he olvidado consumir
la comida que ese día mi esposa hizo para mí, pero antes de poder abrirlo
empiezo a escuchar unos gritos ensordecedores, gritos que reflejan miedo; miro
a mi alrededor empezando a sentirme asustado con todas las cosas extrañas que me
han estado sucediendo.
Los
gritos empiezan a volverse más estridentes, si eso es posible, y reconozco que
son de una mujer, ¿estarán perpetrando un robo en la esquina?, sigo buscando atentamente
de donde viene cuando la dama empieza a llorar y retumba en mis oídos como si
estuviera pasando frente a mí. Es entonces cuando parece que entro en un trance
y la chica de los alaridos está delante de mí, “la conozco”, pienso. Pequeñas imágenes
transcurren en mi memoria como si mi consciencia hubiese decidido que era una
buena hora para ver fotografías.
La
joven llorando, pedazos de un espejo roto en el suelo, la castaña suplicando
que la deje en paz, un cuchillo en mi mano; me siento agobiado, no quiero ver
más esto, no entiendo que está pasando, quiero llegar pronto a mi hogar y creer
que esto no es más que una pesadilla. De repente, como si la persona que
controla el universo me hubiera oído, me encuentro de nuevo en el camino a mi
casa, miro a mi alrededor, ya no se oyen los gritos ni tampoco está el perro
que me acompañó durante mi trayecto. Al voltearme para seguir mi vuelta a casa,
veo una luz blanca que ilumina todo desde el final de la calle, entonces, el
miedo vuelve a mí, trato de regresarme por donde vine tratando de conseguir alguien
que me ayude a salir de esa locura; pero la velocidad de la luz me gana y me
consume.