Una joven esbelta y hermosa, su cuerpo completamente atlético, lo que algunos llamarían el estereotipo del cuerpo de gimnasta – exactamente lo que ella practicaba – poseía unas gruesas piernas y unos brazos que parecían ser lo suficientemente fuertes como para cargar en ellos el equivalente al peso de su cuerpo. Había llegado recientemente a Londres, país donde no era una época común, y ella no se encontraba allí precisamente por unas simples vacaciones; en realidad, era 2012, los juegos olímpicos estaban por ser celebrados y ella era una de las representantes de su país en la categoría más importante del deporte que practicaba desde que tenía uso de razón.
Y en lo que pareció cuestión de días cuyas 24 horas
transcurrían en 12 o tal vez menos, la joven tuvo que enfrentar las pruebas que
allí la habían traído. Ese era el momento para el que se había preparado toda
su vida.
Con un puntaje casi perfecto, se convirtió en la
campeona de la prueba de gimnasia de los juegos olímpicos de Londres 2012. Así,
volvió a su país, dónde celebraron su entrada eufóricamente; almorzó con el
presidente y el rey, recibió desfiles y fiestas en su honor; al llegar a su
hogar, después de unos días de largas jornadas cuyo origen venía de años atrás,
tomó un arma y con su vida decidió acabar.
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